Era uno de los primeros. Lo había hecho antes, sí, pero siempre había estado muy nerviosa y mis recuerdos no eran muy agradables. La noche anterior no dormí ni mucho ni bien. Estuve hasta tarde pensando en todo lo que podía llegar a ir mal. Cuando por fin cerré los ojos, soñé con situaciones muy bizarras que ahora no vienen a cuento.
Me levanté tempranísimo, para ver si podía aprender algo más. Estando a horas del momento, me volvió a agarrar el miedo. ¿Y si me paralizo? ¿Y si hago algo mal?
Empecé a recordar todos los consejos que suelen darse para este tipo de situaciones: practicar antes de hacerlo, relajarse, respirar hondo. Así que me puse frente al espejo y lo hice.
Respiré hondo unas diez veces, traté de relajarme y me puse a practicar las caras y gestos que iba a hacer. No quería parecer una idiota, pero tampoco una experta. Esas cosas cuentan, y no iba a dar una mala impresión. Todo el mundo sabe que a ellos les importa, sobre todo los gestos. Así que practiqué. Me sentía un poco tonta, pero igual lo hice.
Pasó el tiempo; no, voló. Me fui. Estaba un poco más tranquila, pero seguía con dudas acerca de la calidad de mi futura performance. Encima tuve que esperar como dos horas. Dos horas maquinándome, tratando de recordar todos los tips que había leído en internet.
Y por fin llegó el momento. Empecé a temblar. Todas las dudas volvieron a aflorar, ahora multiplicadas. Fui hacia él, sonriendo, tratando de parecer confiada. Me invitó a sentarme, me preguntó mi nombre, aunque ya lo había dicho mil veces en todo el año. Me dio la opción de empezar como yo quisiera, así que tomé valor y arranqué.
Me transpiraban las manos, el corazón me iba a mil, pero sabía que al final iba a valer la pena. De todas maneras, me trabé mucho, siempre tratando de volver atrás y hacerlo mejor para dejarlo conforme. Sabía lo importante que era el buen desempeño, pero claramente estaba perdiendo pista. Hasta que me paró, y mirándome me dijo "se nota que estás muy nerviosa, ¡tranquila!".
Yo lo miré con una expresión entre pidiendo disculpas y vergüenza en la cara, pero él, comprensivo, me fue guiando, ayudándome, tratando de sacarme el miedo de una vez por todas.
Preocupada y avergonzada, me di cuenta de que él había notado mi inexperiencia, pero aun así me dejaba hacer. Apuré el ritmo, mientras entre mí pensaba "esta es la recta final, ¡yo puedo!".
Al fin, todo terminó. Exhalé, aliviada. Las manos dejaron de temblarme. Se me fue el nudo de la garganta. Él sonrió por última vez y dijo "muy bien, ya terminamos".
Le agradecí efusivamente y salí, aunque con un una sensación agridulce, porque una vez más me había decepcionado a mí misma.
Dejando de lado el resultado (mediocre, de por sí), me di cuenta de que tengo que mejorar muchas cosas. Porque quiero poder decir algún día que lo hago tan bien, que ellos nunca se olvidan de la experiencia.
En fin. Me puso un siete. Esperemos que el próximo examen oral me agarre más relajada... y las cosas salgan a pedir de boca.
Me levanté tempranísimo, para ver si podía aprender algo más. Estando a horas del momento, me volvió a agarrar el miedo. ¿Y si me paralizo? ¿Y si hago algo mal?
Empecé a recordar todos los consejos que suelen darse para este tipo de situaciones: practicar antes de hacerlo, relajarse, respirar hondo. Así que me puse frente al espejo y lo hice.
Respiré hondo unas diez veces, traté de relajarme y me puse a practicar las caras y gestos que iba a hacer. No quería parecer una idiota, pero tampoco una experta. Esas cosas cuentan, y no iba a dar una mala impresión. Todo el mundo sabe que a ellos les importa, sobre todo los gestos. Así que practiqué. Me sentía un poco tonta, pero igual lo hice.
Pasó el tiempo; no, voló. Me fui. Estaba un poco más tranquila, pero seguía con dudas acerca de la calidad de mi futura performance. Encima tuve que esperar como dos horas. Dos horas maquinándome, tratando de recordar todos los tips que había leído en internet.
Y por fin llegó el momento. Empecé a temblar. Todas las dudas volvieron a aflorar, ahora multiplicadas. Fui hacia él, sonriendo, tratando de parecer confiada. Me invitó a sentarme, me preguntó mi nombre, aunque ya lo había dicho mil veces en todo el año. Me dio la opción de empezar como yo quisiera, así que tomé valor y arranqué.
Me transpiraban las manos, el corazón me iba a mil, pero sabía que al final iba a valer la pena. De todas maneras, me trabé mucho, siempre tratando de volver atrás y hacerlo mejor para dejarlo conforme. Sabía lo importante que era el buen desempeño, pero claramente estaba perdiendo pista. Hasta que me paró, y mirándome me dijo "se nota que estás muy nerviosa, ¡tranquila!".
Yo lo miré con una expresión entre pidiendo disculpas y vergüenza en la cara, pero él, comprensivo, me fue guiando, ayudándome, tratando de sacarme el miedo de una vez por todas.
Preocupada y avergonzada, me di cuenta de que él había notado mi inexperiencia, pero aun así me dejaba hacer. Apuré el ritmo, mientras entre mí pensaba "esta es la recta final, ¡yo puedo!".
Al fin, todo terminó. Exhalé, aliviada. Las manos dejaron de temblarme. Se me fue el nudo de la garganta. Él sonrió por última vez y dijo "muy bien, ya terminamos".
Le agradecí efusivamente y salí, aunque con un una sensación agridulce, porque una vez más me había decepcionado a mí misma.
Dejando de lado el resultado (mediocre, de por sí), me di cuenta de que tengo que mejorar muchas cosas. Porque quiero poder decir algún día que lo hago tan bien, que ellos nunca se olvidan de la experiencia.
En fin. Me puso un siete. Esperemos que el próximo examen oral me agarre más relajada... y las cosas salgan a pedir de boca.